Todo se ha evaporado,
los anhelos por muerte más cercana
en la penumbra se disipan.
No quepo en mi propio cuerpo,
un caucho de sangre vieja
oprime las voluntades.
Todo se arrulla,
como si de carne fueran las manos
y no pudiesen más que rosar volúmenes,
como si no pudiesen sino tocar.
Nadie se mueva,
ni un paso adentro de este hervidero de bocas famélicas.
Los anhelos robustos,
inducidos a su anorexia ciega,
cuando debían dormir en el aborto encefálico
asoman como si la mala yerba en las panderetas
para cantar su veleidosa defección.
Nadie se mueve.
Un poeta ha muerto
aún antes de ser amamantado por Rimbaud
convaleciente,
fue acerrado al calvario,
sus manos infértiles
trasplantaban números
y trasplantaban letras
desde una superficie a otra,
trasplantaban difuntos,
y encendían las velas
que le iluminaban el camino de regreso
a las camas de los hijos de puta.
La pequeña iglesia hipócrita
guio sus dedos
por las vaginas sangrientas,
y por los pergaminos de Judas.
Aprendió a salivar fuego
Cuando le enseñaban a gritar patria,
Pero no.
El dese movió demasiados continentes
hacía el despeñadero,
y fue carcomido
por su imposibilidad devanada al ser.
No debe.
Excreta tu miseria.
Besa la luz.
Que Cristo se ría en tú cara,
profeta desértico.
Todo se desborda,
una mano oprime su último vigor
para clavar su bandera
en el hocico abierto de una mujer preñada.
Mañana algún otro joven humano
buscará en el instante venidero
la sustancia gloriosa que crece como moho
en las mentes iluminadas.
Ya conozco tu poesía. Es como una bala!
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